En los oscuros tiempos
que corren para los grandes conciertos de Rock, el concierto de Chris Robinson
brotherhood ha sido como un pequeño milagro, como un oasis en el desierto de la
viciada y fraudulenta oferta de los grandes conciertos. Poder disfrutar de una
de las voces definitivas en la historia del Rock en el marco de una sala
pequeña, con buena acústica y a un precio razonable es una de esas raras
excepciones que no hay que dejar escapar. Y es que se puede criticar el giro
estilístico en su música que ha derivado en una especie de Grateful Dead
pasados de rosca en cuanto al minutaje de los temas y al desde mi punto de
vista excesivo protagonismo que tiene Adam McDougall con su sonido de teclado
omnipresente y atronador, pero lo que está claro es que es una apuesta honesta
y real, y que Chris Robinson es feliz con éstos chicos.
La banda está compuesta
por Adam McDougall a los teclados, Neal Casal a la guitarra solista y los coros,
Mark Dutton al bajo y Tony Leone a la batería, y el propio Chris se encarga de
la guitarra rítmica. El concierto estuvo dividido en dos partes con un breve
descanso, y se alargó cerca de las tres horas, el sonido fue bastante bueno,
con algún exceso de saturación en algún momento y con el volumen de los
teclados muy por encima del resto de los instrumentos y de la voz de Chris
Robinson.
El
repertorio estuvo basado en sus tres discos como Chris Robinson brotherhood, con temas como Taking care of business, Jump
the turnstiles, Someday past the sunset, Roan county banjo, Can you hear me, la
magnífica Rosalee, Ain’t it hard but fair, Beggar’s moon, Clear blue sky &
the good doctor, Vibration and light suite y shore power; pero tuvo tiempo para
acordarse de los Black Crowes en Roll old Jeremiah y en la funky I ain’t
hiding, y de su primer disco con los New earth mud en la espléndida Eagles on
the highway. Capítulo aparte merecen
las estupendas versiones que nos ofreció, la dylaniana A hard rain’s gonna
fall, Shake, rattle and roll de Big Joe Turner, la excesiva West L.A. fadeaway
de los Grateful dead, y para cerrar el concierto la gran Big river de Johnny
Cash.
Buen concierto de un
artista único, magnífica ocasión para presenciar una propuesta musical bastante
inusual en los tiempos que corren; pero la sensación de que Chris debería limar
asperezas con su hermano Rich y reformar a los Black crowes estuvo presente en
mi cabeza durante todo el concierto, porque con los cuervos el equilibrio entre
los temas más rockeros y directos y las partes de largos desarrollos
instrumentales estaba más conseguido, además de que las guitarras deben tener
el principal protagonismo para disfrutar más de la música de raíces
norteamericana. A pesar de todos éstos “peros”, Chris me tendrá entre el
público cuando vuelva, sea con la banda que sea.
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