Esta fecha ya llevaba unos meses bien marcada en mi calendario. Y es que tras pasar en los últimos años por Madrid y Cazorla, ya tocaba que George Thorogood viniera por fin a Barcelona y no pasara de largo, como ocurre últimamente con tantas giras internacionales (es indiscutible que esta ciudad se está quedando cada vez más atrás). Llegó el día, llegó la hora y finalmente ese concierto al que tantas ganas le tenía se hizo realidad.
Con una carrera que casi abarca cinco décadas y un buen puñado de discos, Thorogood ya merece el calificativo de leyenda del Rock'n'Roll a sus 72 años. Bien rodeado por sus Destroyers, todos ellos muchísimos años a su lado, especialmente el batería Jeff Simon, que lleva ahí desde el principio, y el bajista Bill Blough, que se incorporó poco más tarde. Los miembros restantes, el guitarrista Jim Suhler y el saxofonista Buddy Leach también llevan alrededor de veinte años acompañándolo. Y esta longevidad de la banda se nota, viendo como suenan en directo.
Por fortuna, últimamente ha mejorado bastante el tema de los horarios y la puntualidad en los conciertos, por lo menos en las salas más grandes. Así pues, a la hora señalada se apagaban las luces mientras sonaba la introducción con el Eve of destruction de P. F. Sloan, un tema cuya letra sigue más vigente que nunca, por desgracia. Y tras la intro, George Thorogood & The Destroyers entraron al escenario como un cañón con el imparable Rock party. Así se empieza un concierto, sí señor. El set list seguiría con abundantes versiones, que a lo largo de los años siempre han hecho suyas nuestros protagonistas: Who do you love, de Bo Diddley; Shot down, de los Sonics; Night time, de The Strangeloves; el celebérrimo One bourbon, one scotch, one beer, de Rudy Toombs; el divertido Tequila, de The Champs o ese trepidante Move it on over, de Hank Williams, con el que finalizaron antes del bis, que fue Born to be bad. Tampoco faltaron I drink alone, Gear jammer, el sensacional Get a haircut ni el coreado Bad to the bone. Ante tamaña exhibición musical poco más podemos decir.
Lo que sí podemos reseñar es la simpatía mostrada por George Thorogood. Le notamos algo justito de voz, pero si algo tienen los americanos es el sentido del espectáculo, y aparte de música, es lo que siempre suelen ofrecer. Momentos divertidos fueron cuando se dedicó a peinarse, sus impagables bailes o cuando se presentó a sí mismo como Joge Torobueno. Y lo más inesperado, cuando apareció con el concierto terminado y un albornoz puesto por encima, haciendo ver que no quería marcharse sin despedirse. Grande, George.
Dijo que este concierto podía ser el principio de una buena amistad. Esperemos que así sea y siga visitándonos, aunque la próxima vez estaría bien poner las camisetas un poco más baratas. ¿40 pavos? ¿Tenían bordados en oro o qué?
Mr. Wolf
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