Fabuloso concierto el que ofreció Roger Waters en el Palau Sant Jordi, la perfecta síntesis entre una música eterna, mágica y alegórica con un espectáculo total combinando una puesta en escena muy efectiva con los uniformes, las banderas y el atrezzo relativo a los regímenes totalitarios; la construcción durante el concierto del muro que acaba encerrando a los músicos y que es destruido al final; unas proyecciones efectistas, evocadoras, llenas de símbolos en perfecta sincronización con el movimiento teatral de Roger Waters y de sus músicos; y los muñecos gigantes del profesor, la madre y el cerdo volador, además de la avioneta que se estrella contra el muro provocando una explosión al inicio del espectáculo, un carrusel continuo de sensaciones muy bien construido, aunque sin llegar a distraer de la gran interpretación musical de una banda que sonó perfecta y poderosa, amplificada hasta el infinito por el sonido cuadrofónico y la mejor calidad y nitidez de sonido que yo haya tenido la oportunidad de presenciar en un gran recinto de conciertos. La banda contaba con el gran Snowy White y Dave Kilminster a las guitarras, G.E. Smith a la guitarra y bajo, John Carin y el hijo de Roger, Harry, a los teclados, Graham Broad a la batería y comandando a los coristas la prodigiosa garganta de Robbie Wyckoff. Para los conocedores del disco The wall, de 1979, y de la exitosa y mítica, aunque ruinosa gira de 1980-81, el concierto siguió fielmente el patrón esperado, aunque el mensaje se adecuó a los nuevos tiempos con severas críticas a las intervenciones militares en Irak y Afganistán, además de universalizar el mensaje de recuerdo para todas las víctimas de las locuras de las guerras y del terrorismo, incluso con recuerdos para algunas víctimas de ETA y de la guerra civil española.
Las 18000 personas que abarrotaron el Palau Sant Jordi se emocionaron con temas clásicos de la historia del Rock como Another brick in the wall part. 2, Mother, Bring the boys back home, donde las imágenes del reencuentro de los militares con sus hijos nos puso los pelos de punta, Comfortably numb, In the flesh o Run like hell. Casi tres horas de concierto con una pausa de unos 20 minutos en un espectáculo que me emocionó y me entristeció a partes iguales, ya que ver una demostración de talento de tal calibre en la estructuración de un show basado en un disco conceptual en la que todas las partes son importantes me hizo recordar que los tiempos en que algún genio creador podía permitirse invertir mucho dinero en el trabajo de creación de un disco, y por extensión de una gira basada en ese disco; en la actualidad la forma de consumo de música ha cambiado tanto que la mayoría de músicos que casi no ganan dinero con sus discos (además de que ahora mucha gente compra canciones sueltas), no se empeñan en grandes producciones, sino que el dinero lo ingresan de verdad con los conciertos, por lo que cuando el músico va cumpliendo años tiene que interpretar siempre los mismos y viejos temas y sus nuevas grabaciones tan sólo le sirven de pretexto para organizar una gira; cuando Roger Waters y los últimos representantes del Rock más clásico se retiren no parece que vayan a tener el relevo de una nueva generación ansiosa de recoger el testigo. No me interpretéis mal, no digo que no se siga haciendo buena música, pero el concepto de Rock de estadio al servicio de una gran producción discográfica está llegando a su fin.
Mr. Sheep
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