Mi primer concierto sin sillas desde hace dos años. Y no cualquier concierto: uno, nada más y nada menos, que de punk-rock, con los encantadores Idles, una de las bandas británicas más en forma en la actualidad.
Con el pulso acelerado, me acerco a la venerable Razzmatazz (qué ganas de volver a verla) con la intención de rememorar el sudar, quedarme afónico y lo que haga falta. Con mascarilla, eso sí, aunque parece que soy el único que respeta la norma. Con un sold out anunciado desde hace meses, se me presenta una noche de aúpa de triple cartel. Las dudas de aguantar me asaltan siendo miércoles laborable, viniendo de donde venimos y con la edad que tenemos. Pero...se hará lo que se pueda. Por suerte, los grupos teloneros son breves y las esperas entre ellos no son demasiado largas.
Llego cuando está comenzado el concierto de las Witch Fever, un combo formado por chicas muy jovencitas y con ganas de tralla. Hard rock, con influencias de Rage Againts the Machine o mis amadas L7, y bastante oscuridad. Bolo bien defendido en una sala medio llena todavía, pero que sigue con interés la actuación. Lo único que conozco de ellas son sus singles Reincarnate y In birth donde lucen unas pintas casi góticas. Suenan bien y no me importará volver a verlas si se me cruzan en mi camino. Nunca vamos sobrados de chicas haciendo rock potente.
Media hora más tarde aparecen los neoyorkinos Bambara con su noise rock. No sé si llega a pinchazo pero desde luego no hicieron vibrar demasiado al público. A priori me apetecía verlos ya que lo que había escuchado me gustaba. Sonidos oscuros y tortuosos, en la línea de Grinderman: una poderosa banda, un frontman con una voz y movimientos originales...¿Y entonces? Pues me cuesta recordar más de 2 estribillos (el de Severina, Mythic love) y al final, amigos míos, la música es melodía. Tal vez el formato de triple cartel, entre dos bandas cañeras, no les benefició demasiado. Tal vez la linealidad de la propuesta. Una pena.
Sobre las 9 ya tenemos a los protagonistas absolutos de la velada en el escenario atacando la hipnótica y extraña Colossus. A esas alturas la sala ya registra un lleno absoluto de parroquianos ganados de antemano que se saben y corean las canciones de Idles de pe a pa. Me pregunto dónde reside el poder de esta banda. Es primaria. Casi rudimentaria diría yo. Tiene algo de tribal. Es cierto que la sección rítmica es potente, pero los guitarristas podrían tocar con una cuerda y harían el mismo ruido (si, ruido, bendito ruido). Y Joe Talbot...no se puede decir que sea un cantante exquisito. Berrea casi todo el tiempo. Pero en estos tiempos absurdos (y creo que hablo por muchos) estamos enfadados y queremos berrear I'm scum. Queremos esas guitarras gruñiendo sin parar. Y esa batería y bajos machacones atronando. No perdamos de vista también los enormes estribillos que les faltaban a Bambara. Estribillos para gritar hasta perder la voz. Cada canción. Todas las canciones. Como el de Mother (la primera e impactante canción que oí de ellos) o el "Concrete and leather" de la desquiciante Never Fight a Main With a Perm o el "Anti-War" en la potente War, claro, o el "I'm all right" de su último single Crawl. Trallazo tras trallazo.
Tan solo un par de descansos sonoros con las bellas A Hymn y The Beachland Ballroom. Bueno, siguen siendo intensas porque este grupo se entiende sólo desde la intensidad, pero digamos que el batería relaja los brazos un poco.
Creo que otra clave de su éxito es la imagen. Recuerdo algún afamado cronista de este blog diciendo "parecen sacados de un manicomio". Totalmente cierto. Pero son como los maravillosos locos de Alguien voló sobre el nido del cuco. Dan ganas de abrazarlos. El primero el guitarrista Mark Bowen esa loca que hace saltar por los aires la masculinidad tóxica a base de vestidos de abuela y poses con pluma. Suyo es el momento cumbre del concierto en ese himno más necesario que nunca llamado Danny Nedelko, toda una oda a los inmigrantes. Emociona verlo andando por encima del público lanzando proclamas. Cada uno tiene su pinta y forma de bailar, absurda y curiosa en el caso de Lee Kiernan, el otro guitarrista, Rítmica y con mucho flow en el caso del rudo Adam Devonshire, el bajista. Hasta John Beavis, el batería, es muy particular, con esa pinta de buen chico al que las malas compañías le han apartado de una vida tranquila. Y, claro, luego está Talbot dejándoselo todo. En definitiva respiran honestidad por los 4 costados. Disfrutan y nos hacen disfrutar.
En el debe, decir que me sorprendió que el entregado público no pidiese bises después de la atronadora Rottweiller ¿Acaso me he perdido algo en estos dos años y ya no se estilan los bises? Me faltaron mi canción favorita, Samaritans y la interesante y diferente When the lights come on.
Y por último, un pequeño tirón de orejas a la sala: tardé más de 20 minutos en poder salir. No puede ser que la gente comprando merchandising bloquee las salidas hasta extremos ridículos.
Como conclusión, creo que tenemos Idles para rato porque han dado con la fórmula para fabricar canciones: letras rabiosas, estribillos coreables, caña e imagen particular.
Espero verlos pronto de nuevo...sin mascarillas.
Mr.Bull
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