Han pasado once años desde mi último concierto de Bruce Springsteen. En estos once años el mundo ha cambiado mucho, ha pasado de todo. Pero la fuerza y la solvencia de un concierto del Boss siguen inamovibles. A sus 73 años volvió a demostrar una potencia arrolladora, además de controlar todo lo que requiere un concierto de estadio. Manejó a la banda y al público como quiso y nos dejó reventados, después de tres horas que pasaron en un suspiro.
Es difícil ser objetivo con el músico que hizo, junto a Dylan, que me enamorase del Rock. Pero voy a tratar de serlo. Fue un gran concierto, que por momentos rozó lo sublime. Nos llevó a ese lugar al que sólo llegan los más inspirados, consiguió por momentos ese pellizco que hace que se te erice la piel, pero también incluyó algún tema totalmente prescindible. El resultado final fue muy bueno, pero después de un inicio tan brutal; los primeros ocho temas fueron alucinantes, me quedó la sensación de que si hubiera seguido por ahí, nos habría regalado el concierto de nuestras vidas. No se puede tener todo, si no hubiera hecho oscilar el show con subidas y bajadas de intensidad, igual nos hubieran tenido que reanimar a todos, incluido a él, y los desfibriladores no hubieran dado a basto.
Hace once años ya comentamos en las crónicas de sus conciertos en el Estadi Olímpic Lluis Companys, que la organización había sido bastante lamentable, sobre todo en lo referente a los accesos y a las colas para los lavabos. Pues once años después volvimos a sufrir otro festival de despropósitos. La cola para acceder al estadio fue eterna, y no entiendo que a los que fuimos a pista nos tuvieran haciendo una especie de gymkana dando vueltas alrededor del estadio. Debimos andar tres o cuatro kilómetros y ya entramos al recinto reventados. Seguro que se puede hacer mucho mejor.
A las 21 horas en punto dio comienzo el concierto. En escena 16 músicos arropando al de New Jersey, incluyendo una gran sección de vientos y unos coristas verdaderamente solventes. Garry Tallent al bajo, Steve Van Zandt y Nils Lofgren a las guitarras, Max Weinberg a la batería, Roy Bittan y Charlie Giordano a los teclados, Jake Clemons al saxo y Soozie Tyrell al violín y la guitarra acústica, son el núcleo de la actual E Street Band. Se les ha añadido en escena el brillante percusionista Anthony Almonte, que aporta un sonido latino que funcionó de maravilla.
El inicio del concierto fue brutal. Arrancaron con No Surrender, poniendo de manifiesto que mientras el cuerpo aguante ellos no piensan rendirse. Y parece que tienen cuerda para rato. Ghosts sonó como si fuera uno de sus clásicos de toda la vida. Prove it all night nos elevó la temperatura con unos solos de Springsteen que echaban chispas. En letter to you pusieron acertadamente la letra en catalán subtitulada en las pantallas, y después, The promised land, Out in the street y Candy`s room nos dejaron al borde del colapso emocional. El momento más sublime musicalmente hablando llegó con una sorprendente versión de Kitty`s back, donde la banda se fusionó con la sección de vientos y pasaron del Rock al Jazz con una elegancia que nos dejó sin habla.
Hasta aquí todo había sido perfecto, pero como después de todo Springsteen es humano, tuvo que bajar revoluciones para volver a cargar las pilas. La única concesión a su último disco de versiones de clásicos del Soul, Only the strong survive, fue el tema de los Commodores Nightshift, en el que compartió protagonismo vocal con Curtis King. Después, una prescindible Human touch nos llevó a la alegría gospel con la que interpretaron Mary`s place. Otro gran momento musical llegó con The E street shuffle, con ese aire latino que la asemeja a los mejores temas de Mink DeVille. Pay me my money down nos llevó a las gloriosas Seeger sessions, con Charlie Giordano liderando a la banda con su acordeón. Después de la fiesta, Springsteen desenfundó la acústica, y con el único acompañamiento de la trompeta de Barry Danielian nos brindó uno de los momentos introspectivos y emocionantes de la noche, En Last man standing reflexionó sobre la muerte y la pérdida, y es que cuando la gente de su generación, sus amigos de adolescencia, han ido muriendo, la vida debe verse de otra forma. Y después de la calma vuelta a los clásicos guitarreros con Backstreets, con todo el público cantando a pleno pulmón. Because the night sonó rockera y convincente, aunque no superó la versión que hizo Patti Smith en el último Azkena. El Rock n`Roll festivo continuó con She`s the one. Wrecking ball se enlazó con un The rising en el que Nils Lofgren brilló por encima de los demás. Otro de los momentos de la noche llegó con la imprescindible Badlands, y el último tema antes de los incendiarios bises fue el eterno Thunder road. Qué canción.
Los bises fueron una fiesta desde Born in the USA, y con Born to run el estadio se convirtió en un océano de manos al aire. El momento curioso de la noche llegó con Glory days, en la que salió Patti Scialfa para hacer coros, acompañada de Michelle Obama y la actriz Kate Capshaw. Con Bobby Jean vi derramarse alguna lágrima, después Dancing in the dark sirvió para las presentaciones de los miembros de la banda, y el fin de la fiesta llegó con Tenth avenue freeze-out en la que las pantallas se llenaron de imágenes de los compañeros caídos, Danny Federicci y Clarence Clemons. Springsteen despidió uno a uno a todos los músicos y se quedó solo en el escenario para interpretar I`ll see you in my dreams, también con la letra en las pantallas.
Una vez más Springsteen volvió a demostrar que sigue teniendo pocos rivales encima de un escenario, no sé cuanto tiempo va a poder seguir haciendo shows con un nivel de entrega y físico tan exigentes, pero yo tengo claro que intentaré no perderme ninguno.
Mr. Sheep